Se podría decir que en la escritura, igual que en la vida, se entra con una pérdida y se sale dejándola inconclusa. ¿Cuál es la última palabra? ¿Cuál el último pensamiento? ¿El último sueño? ¿La última mirada?
Por Francisco Cervilla
Ciudad de México, 6 de junio (Culturamas/SinEmbargo).– En un reciente viaje a Berlín la visita a algunos lugares me evocaban con insistencia una breve frase de Esta bruma insensata, último libro de Vila-Matas: “energía de ausencia”.
El enunciado, que aspiraba a tomar cuerpo en los escenarios del terror contemplados desde una afrentosa distancia, se me convirtió en un elemento berlinés. Desde ese contexto volvía a la novela, fresca aún su lectura, y pensaba que se encontraba atravesada, igual que yo en este viaje, por esa energía de ausencia que Vila-Matas escribe de múltiples maneras.
Era evidente, señala Vila-Matas, que alrededor del sillón vacío del padre recién muerto, “circulaba una especie de energía de ausencia en la que podía adivinarse el abismo que nos espera a todos.”
El libro comienza con una frase perdida. Pérdida que parece la condición de su existencia. Al principio naufraga la memoria del narrador, olvida la cita literaria que creía tener a mano y surge la energía de ausencia que causa el inicio de la novela y se convierte en su motor: el empuje de lo que falta.
Se podría decir que en la escritura, igual que en la vida, se entra con una pérdida y se sale dejándola inconclusa. ¿Cuál es la última palabra? ¿Cuál el último pensamiento? ¿El último sueño? ¿La última mirada?
Rompe el escritor cualquier fantasma de armonía existencial o de homeostasis placentera. Los personajes desaparecen, se ocultan, o se fugan, las frases se pierden. Es la vida a trozos: La vida, subraya, “es como una frase incompleta”.
La falla alienta el texto: el colapso del lector que aspira a atrapar todos los sentidos, o la imposibilidad del escritor que quiere contener todas las frases del mundo, o del traductor alcanzado por la carencia en su tesoro lingüístico.
Sobre el vacío, la ausencia, la desaparición, Vila-Matas cita un “fragmento implacable” de Beckett que, sin cerrarla, suspende la cuestión: “Lo tenue. El vacío. ¿También se van? ¿También vuelven? No. Di no. Nunca se van. Nunca vuelven”.
Tenue puede volverse una visita de emoción intensa dispuesta a desaparecer cuando te das la vuelta, y en ese giro una hiriente sensación de trivialidad se impone, momento en el que te invade el vacio.
Tenue se torna también la experiencia de lectura de esta obra cuando compruebas que el significado parece desvanecerse del escrito y que ante ese hecho, no imprevisto en Vila-Matas, tus ojos avanzan por las páginas intentando encontrar lo que, de modo inadvertido, quedó atrás o lo que, tal vez irrecuperable, perdiste. En ese momento interrumpes y reparas en el vacío. Ese vacío beckettiano que ni se va ni vuelve, porque está siempre. Es eterno.
Esta cita de Beckett no sólo resuena con la división subjetiva ocasionada por la lectura de esos instantes extraordinarios de Esta bruma insensata en los que el texto súbitamente se vuelve inaprensible, como si se hubiese liberado de las “ataduras terrenales” y escapado hacia un espacio ilimitado e ilocalizable, “fuera del mundo real”.
Estas palabras de Beckett recuerdan también las sensaciones experimentadas en esos espacios del espanto, hoyados de vacíos, ausencias, cicatrices y borramientos, herencia de la insensata historia de la humanidad, que me traía esta insistente y brumosa cita literaria, como si fuese una explicación sin serlo, en un Berlín marcado por las Ausencias.
La ciudad, por medio de inscripciones, monumentos y huellas, convoca la energía de ausencia del exilio y del exterminio. El homenaje crea ausencias y logra que los ausentes estén mucho más presentes. Lo hace con el bosque pétreo del Holocaust-Mahnmal que hunde sus cimientos sin vida en el corazón de la ciudad. Crea la ausencia permanente de los libros quemados en la Bebelplatz, en cuyo pavimento una losa de cristal deja ver en el subsuelo una estantería vacía, símbolo de la barbarie. O en el Museo Judío, que consigue recrear un vacío, eco del tuyo propio. Y en plena calle cuando, de modo inesperado, tropiezas con la energía de ausencia que sube del suelo: son los Stolpersteine, esos pequeños adoquines de cemento con una placa metálica delante de los domicilios de los judíos muertos o deportados, en las que figuran sus datos personales y su brutal destino.
Y así, sin proponérmelo, Esta bruma insensata se convirtió en una excelente compañera en unos claros días de primavera. No busqué sus citas, me llegaron cuando el abismo asomaba. Y por un tiempo este Berlín revisitado y la escritura de Vila-Matas se me quedaron pegados, remitiéndome el uno al otro, gracias a la asociación libre inconsciente que me dio palabras allí donde me faltaban.